“Las contrariedades empujan a la innovación. Aquí es durísimo ser agricultor: la sequía es una preocupación constante y en Australia todo es gigantesco”, explica David Lamb, jefe de un equipo de investigación sobre agricultura de precisión en la Universidad de Nueva Inglaterra, en el estado australiano de Nueva Gales del Sur (este)
“En un país con clima más previsible, quizás no haya tantas necesidades”, confirma Michael Robertson, director del departamento de agricultura de la Organización australiana de Investigación Científica e Industrial (CSIRO).
“Además, necesitamos cada vez más tecnología, porque cada vez hay menos personal en las grandes explotaciones” de miles de hectáreas, prosigue.
Ya a nadie le suena raro oír hablar de “Big Data agrícola” o de “agricultura inteligente”. La agricultura de precisión ya existía antes de los años 2000, pero adquirió una nueva dimensión con la irrupción de la interconexión digital de objetos de uso cotidiano, el “internet de las cosas”.
Es un sector incipiente, pero en plena efervescencia en Australia, bajo el empuje de la investigación y de la creación de start-up.
Los agricultores muestran con orgullo en las redes sociales las fotos de sus campos sacadas desde los drones.
“Así pueden ubicar a los animales en las grandes propiedades, detectar enfermedades en parcelas de acceso difícil y controlar la irrigación”, explica Michael Robertson.
Ros Harvey creó la start-up The Yield (“el rendimiento”), de apoyo a los criadores de ostras para hacer frente a las restricciones de actividad que se les impone después de periodos de lluvia.
“Cuando llueve, las bacterias de la costa se deslizan hacia el agua y las autoridades ordenan el cierre de los parques de ostricultura, por razones sanitarias. Eso tiene un coste de 34 millones de dólares anuales para el sector”, explica la empresaria.
Pero ahora, los sensores analizan en el acto la calidad del agua, lo cual permite reducir en un 30% el cierre de los criaderos, asegura Ros Harvey.
El “internet de las cosas” también permite el pastoreo a distancia, realizando economías importantes, explica David Lamb.
Uno de esos dispositivos permite “pesar automáticamente al animal cuando va al abrevadero (…) y encaminarlo hacia el corral que le corresponde según su peso”.
“Pero tenemos un problema: la conexión a internet y a la red de operadores”, en un país donde el solo el 30% del territorio tiene cobertura de telefonía móvil. “Y sin conexión, por definición, no hay internet de las cosas”, prosigue.
El gobierno australiano lanzó en 2010 el mayor proyecto de infraestructuras de la historia del país, el National Broadband Network (NBN), que permitirá a la casi totalidad de los habitantes de esta isla-continente de conectarse a la red en 2020. La obra requiere una inversión estimada de 50.000 millones de dólares.
“La conexión a internet en todo el país es esencial para el futuro de la agricultura”, destaca David Lamb. “En Australia hay 135.000 explotaciones agrícolas, y todas deberían poder convertirse en campos inteligentes”, agrega.
Un satélite australiano fue lanzado recientemente desde la base de Kourou, en la Guayana Francesa, para ofrecer el acceso a la banda ancha a regiones remotas del país.
El satélite fue bautizado con el nombre de “Sky Muster” por una niña que vive en una lejana hacienda del territorio del Norte. “Muster”, en Australia, significa juntar al ganado.
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