Con las manos desnudas, Julio Acosta agarra una botella que está en medio de envases y residuos de alimentos para colocarla en una gran bolsa de lona. Este recolector mexicano ordena la basura en busca de cosas de “valor”.
Él forma parte de un ejército que excava en más de 12 mil toneladas de basura producida diariamente en la Ciudad de México para encontrar materiales que puedan reciclarse; por cada kilo obtiene 10 centavos de dólar.
A pesar de que su jornada comienza a las seis de la mañana, Acosta y sus colegas no se ven molestos ni siquiera por el mal olor de la montaña de basura.
La poca conciencia de reciclaje y la tendencia de algunas personas a abandonar la basura por cualquier calle sólo alargan las jornadas de Acosta.
Hay “una falta de cultura y educación”, sostiene este joven recolector de basura.
Los capitalinos tendrán que separar sus desechos si aplican las regulaciones que entrarán en vigor en julio.
Pero no hay ninguna garantía de que esa medida funcione. Sólo la mitad de los capitalinos sigue una reglamentación previa para separar los residuos en orgánicos e inorgánicos, según Sylvie Turpin, investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UNAM).
De hecho, menos del 5% de los residuos se clasifican en dos instituciones especializadas de la capital. Pero con el trabajo de los recolectores y otros voluntarios, ese porcentaje ha pasado a ubicarse entre el 13% y el 20% del total de los residuos, sostiene Arturo Dávila, director del grupo ecologista Sustenta.
Un comercio en manos privadas
Con su carro de ruedas, Uriel Vergara deposita la basura de un edificio en uno de los casi dos mil 500 camiones recolectores que circulan por la ciudad. Durante cinco años, este joven de 21 años ha vivido como “voluntario” de la venta de residuos reciclables.
Midiendo las bolsas de latas y vidrio que cuelgan de un camión, calcula que en esta jornada ganará 6 dólares, por encima de los 4.30 dólares estipulados como salario mínimo en la ley mexicana.
En la metrópolis, de más de 20 millones de habitantes, muchos estás dispuestos a pagar por la basura reciclable. En el bravo barrio de Tepito, Liliana y Carlos Marroquín se dedican justo a eso desde hace cinco años.
“Cuando llegamos, hace cinco años, éramos los primeros en la colonia. Otros seis (comerciantes de compra de residuos) abrieron después”, comenta Liliana Marroquín.
En su local, con enormes bolsas de basura que llegan hasta el techo, la gente hace fila para vender kilos de basura.
El reciclaje “da trabajo a muchas personas”, añade Liliana Marroquín.
En frente de ese local, un camión cargado con cuatro toneladas de plástico aguarda a ser vaciado para luego ser llevado a una planta de procesamiento. Su peso vale 140 dólares.
Planta industrial
Como Liliana y Carlos, Jaime Cámara comenzó su carrera con la apertura de una nave industrial. Ahora cuenta con su propia planta de procesamiento en Toluca, capital del Estado de México, llamada Petstar.
Cada día esa empresa recibe 180 toneladas de botellas de plástico que se reducen a confeti y luego se transforman en resina tereflalato de polietileno (PET).
Esta planta de procesamiento se ha convertido en el más grande del mundo en su ámbito, de acuerdo con su propietario, con una producción de 50 mil toneladas al año.
La resina se vende a diferentes empresas, pero sirve particularmente para producir botellas de Coca-Cola.
Con información de INFORMADOR.MX
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