William Méndez viaja ligero.
Lleva una vieja maletita que halló tirada y donde guarda sus únicas pertenencias: identificación, pomadas para dolores musculares y para lesiones en los pies, algunos folletos de espiritualidad y una Biblia, su gran tesoro. Nada más.
Su teléfono, un poco de ropa y la billetera con algo de dinero se los quitaron en tres asaltos: el primero hace poco más de dos meses al bajar del tren carguero en Culiacán cuando viajaba de su país, Guatemala, hacia Estados Unidos; el segundo en Hermosillo, y el tercero, otra vez en Culiacán, ahora que se desplaza del norte al sur al frustrarse el plan de ingresar ilegalmente a la Unión Americana.
Al mediodía del sábado 29 de octubre, William platica con Revista Puntualizando en la Casa del Migrante Jesús María Echavarría y Aguirre, de Culiacán. Lleva 20 días de camino luego de regresarse de Nogales, Sonora. Recorrió los mil kilómetros que distan entre esa frontera y la capital de Sinaloa, a veces a pie, otras en tren, y unas más en autobús pidiendo dinero a la gente para pagar el boleto. Y es que, por ser migrante indocumentado, “no nos dan trabajo, o si nos dan, no nos pagan o nos descuentan la comida y nos vienen dando 200, 300 pesos a la semana”.
A 2 mil 500 kilómetros de su hogar, el guatemalteco de 26 años descansa sus pies descalzos, come y recupera fuerzas en este albergue que la Iglesia católica abrió a mediados de agosto en la colonia Gabriel Leyva, por la avenida Obregón frente a la Escuela de Enfermería de la UAS.
William cuenta que entró sin papeles a EUA hace 5 años junto a su hermana mayor, Albertina. Un “coyote” los pasó por 7 mil 500 dólares cada uno. El joven vivió todo este tiempo en el estado de Alabama. Tenía trabajo, pero hace unos meses enfermó su madre, en Guatemala, y fue a verla.
Hace dos meses que volvió a la frontera norte de México para tratar de pasar nuevamente, pero la migra ha endurecido la vigilancia. Permaneció un mes en Nogales en espera de una oportunidad para cruzar a través del desierto, pero finalmente desistió y decidió retornar a su país.
Los indocumentados de este lado.
Según cifras de la organización no gubernamental Médicos Sin Fronteras publicadas en su blog en el portal de Animal Político, cada año unos 500 mil hondureños, guatemaltecos y salvadoreños llegan a México huyendo de la pobreza y de la violencia en sus países. La mayoría, como William, van de paso, en pos del sueño americano.
La Encuesta sobre Migración en la Frontera Sur de México (EMIF-Sur), que aplica El Colegio de la Frontera Norte (Colef) en conjunto con la Secretaría del Trabajo, el Conapo, la Unidad de Política Migratoria de la Segob, Relaciones Exteriores, el Conapred y la Sedesol, registró el desplazamiento de 695 mil guatemaltecos hacia México o EUA durante 2016.
Según los indicadores del Colef, en ese mismo periodo 523 mil nacionales de Guatemala viajaron en sentido inverso, desde México o EUA hacia su país. (https://www.colef.mx/emif/resultados/indicadores/indicadores/Sur/2016/T4/EMIF-SUR-Indicadores-T42016.pdf)
En el nuevo albergue de Culiacán domina el flujo de migrantes que van al norte, lo cual indica que ni las radicales políticas del presidente estadounidense Donald Trump inhiben a este fenómeno social.
“Lo único que pueden hacer es matar mi cuerpo”.
William ha corrido con suerte en su travesía por México.
El INM mantiene operativos a lo largo de las rutas migratorias. De enero a septiembre de este 2017, 69 mil 348 extranjeros fueron presentados ante la autoridad migratoria, según reportes del Centro de Estudios Migratorios. (http://www.politicamigratoria.gob.mx/es_mx/SEGOB/Extranjeros_presentados_y_devueltos)
De éstos, 25 mil 163 eran nacionales de Guatemala (148, detenidos en el punto de revisión de Mazatlán), 24 mil 013 de Honduras y 9 mil 602 de El Salvador.
Pero ser deportado es lo de menos. Lo más peligroso para los migrantes es la inseguridad.
William entró por primera vez a Estados Unidos, vía Nuevo Laredo, Tamaulipas, en 2012. Ese mismo año ocurrió la matanza de 49 personas (varias de las víctimas, centroamericanos) en Cadereyta, Nuevo León. Antes, en 2011, se descubrieron 196 cadáveres de viajeros en fosas clandestinas en el municipio de San Fernando, Tamaulipas, y en 2010, 72 migrantes fueron hallados asesinados en una bodega en esa misma zona.
Méndez se salvó de todo esto. Sin embargo, en este viaje con retorno que emprendió hace dos meses, en Culiacán no salió bien librado. Apenas bajó del tren, asaltantes le quitaron sus pocas cosas.
La propia encuesta EMIF-Sur revela que el año pasado, 9 de cada 100 guatemaltecos repatriados sufrieron asalto o robo en su tránsito por México.
William no se resistió a los atracos. Piensa que “los asaltantes lo único que pueden hacer es matar mi cuerpo”, y recita el 10:28 del Evangelio según San Mateo: “No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno.”
William se siente Supermán.
En la Casa del Migrante de Culiacán también citan a San Mateo.
En una pared, grandes letras aluden al capítulo 25 versículos 35 y 36: “Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, estaba enfermo y me visitaron…”.
La tarde que llegó al albergue, William sólo pudo comer un tazón con cereal. Su intestino no toleraba alimentos luego de una intoxicación con una torta en mal estado que le dieron cerca de las vías del tren. Llegó deshidratado al refugio; se aseó y le dieron un cambio de ropa limpia.
Méndez viste una camiseta de Supermán, y se siente como tal. Cuando salió de su patria, iba decidido a conectarse con algún poderoso para salir de pobre. Quería ganar mucho dinero a costa de lo que sea. Iba, inclusive, dispuesto a matar. Pero algo pasó en el camino que le hizo reflexionar. Todo empezó al leer la Biblia que una señora le regaló en Mazatlán y que los asaltantes no quisieron llevarse, sin percatarse que entre las Escrituras lleva su identificación.
Dice que esas lecturas sobre el tren, al lado de las vías o de la carretera, o en los albergues donde se ha alojado, le han conectado con alguien más poderoso que los narcotraficantes. Es la certeza de un ser superior invisible que, cuando William le clama en el límite de la sed, el hambre, la fatiga o del dolor de sus pies ampollados, su Dios responde a través de personas que le proporcionan lo necesario.
“Es inexplicable lo que Dios ha hecho por mí en este viaje. Ahora, ni por casas ni por carros ni por nada, le haría daño a alguien”.
William se siente superhombre porque vuelve a su hogar para estar cerca de su madre. No le importa llegar con las manos vacías, sin dólares, pesos ni quetzales. Su corazón está lleno. Eso le basta.
Echavarría, el obispo migrante que será santo.
La Casa del Migrante Jesús María Echavarría y Aguirre recibe diariamente a un promedio de 6 indocumentados; la mayoría del sur de México o de Centroamérica.
Abrió el 15 de agosto pasado en una casa (que da a la avenida Obregón) donada por una generosa mujer y en un lote contiguo (que da a la calle Agustina Ramírez) cuyo propietario accedió a rentar.
El sacerdote guamuchilense Miguel Ángel Soto Gaxiola dirige esta obra social; Rubén Soto coordina lo administrativo, Beatriz Quintero la logística, en tanto que la comunidad de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y otros patrocinadores asumen los costos de operación.
La casa lleva el nombre de Jesús María Echavarría y Aguirre (Bacubirito, Sinaloa, 1858-Saltillo, Coahuila, 1954) primero porque es el único sinaloense que está en causa de canonización, y segundo porque fue migrante, explica Soto Gaxiola.
Como obispo de la Diócesis de Saltillo, Echavarría sufrió durante la Revolución y la Guerra Cristera el calvario del migrante, al ser desterrado de su diócesis y su país.
Vivió la persecución religiosa, las matanzas de los enfrentamientos armados, la hambruna y el saqueo”, según narra Gerardo González Lara, profesor titular del Departamento de Estudios Humanísticos del Instituto Tecnológico de Monterrey, en su tesis doctoral basada en los 19 diarios con las memorias del religioso. (http://www.jesusmariaechavarria.org.mx/?page_id=28)
La casa de los desposeídos.
El refugio es una obra social surgida del desayunador para indigentes de la Parroquia del Carmen, donde atienden a diario desde mayo de 2014 a más de 200 personas en situación de calle.
“A ese desayunador llegaban también migrantes de Honduras, El Salvador, Guatemala; personas vulnerables a los peligros, a las drogas. Y ante la imposibilidad de alojarlos en las iglesias, que son bienes de la nación, federales, que no podemos usar para esos fines, empezamos a trabajar en este proyecto”, explica Miguel Soto, párroco y responsable de la Pastoral de Familia y Vida de la Diócesis de Culiacán.
El trabajo voluntario de varias personas y la caridad de muchas más sostienen la Casa del Migrante. En agosto que el albergue inició operaciones, la presidenta del DIF Sinaloa, Rosy Fuentes de Ordaz, dio en comodato una camioneta Ford Lobo mientras dure la administración, y en septiembre entregó 100 mil pesos que recaudaron en una kermés. Pero la mitad de ese dinero, con el consentimiento del DIF, fue enviada a un pueblo de Oaxaca severamente afectado por los sismos.
Personas que deseen solidarizarse con los migrantes, pueden enviar donativos en especie al refugio, ubicado en Agustina Ramírez 1518 (con acceso también por la Obregón, frente a la Escuela de Enfermería de la UAS) en la colonia Gabriel Leyva. Además de leche y cereales en caja y de alimentos enlatados que se les dan de lonche cuando reanudan su viaje, son indispensables los artículos de higiene y aseo: jabón, champú, rastrillos de afeitar, pastas y cepillos dentales, papel higiénico, detergentes, escobas, trapeadores.
También siempre se necesitan medicamentos, sobre todo sueros de rehidratación, analgésicos y pomadas para aliviar golpes y hongos en los pies.
La Casa del Migrante está en proceso de constituirse Institución de Asistencia Privada (IAP) y quedar autorizada para recibir donativos deducibles de impuestos.
Los invisibles del padre Miguel
Angely, una migrante hondureña de 24 años que fue abandonada por sus padres a los 3 años y que durmió en las vías del tren en su paso por Culiacán. Rigoberto, un guerrerense de 48 años que duerme afuera del Hospital General camuflado entre familiares de pacientes. Flavio, un joven potosino con crisis epilépticas que duerme en el Parque Revolución y que a veces llega golpeado. José Miguel, un concordense de 78 años, huérfano de madre desde el nacimiento, enfermo de alcoholismo desde los 12 y que duerme en la calle Andrade. Marcelino, un oaxaqueño de 32 años que primero fue beneficiario del desayunador, se graduó como licenciado y ahora presta un servicio social. El padre Miguel Soto Gaxiola visibiliza a los invisibles primero en el desayunador del Carmen y en la Casa del Migrante, donde ellos son la razón de ser, y después en el libro de 74 páginas que narra las historias sufrientes y a veces motivadoras de 14 indigentes o migrantes. Los ingresos por la venta (a 100 pesos cada ejemplar) de Los invisibles se destinan al refugio de migrantes. En Guamúchil, los libros se pueden conseguir con el padre Joel Chaira Córdova, de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe.
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