CHIGNAHUAPAN, Pue.- Una de las sorpresas para cualquier mexicano durante una primer visita a esta población hechizante y amigable de las altas montañas de la sierra norteña poblana es descubrir, por el mero corazón de su plaza principal, la estatua del cómico, músico y actor Gaspar Henaine Pérez Capulina (Chignahuapan, 6 de enero 1927).
Apodado también El campeón del humorismo blanco, se trata de un bronce sonriente con la firma de César G. Alarcón.
Los inicios de Gaspar Henaine en el arte se remontan a cuando tenía 10 años y en su etapa adolescente en la cinta El globo de Cantolla, 1943, en la que gritaba “¡Lotería!”. La historia la contó el mismo Capulina a su nieta Ericka Alemán Henaine el 6 de enero de 2006.
Entre sus pininos musicales destacó una agrupación que fundó como bailarín, guitarrista y cantante con uno de los grandes compositores del bolero mexicano de la llamada Generación degollada: Vicente Garrido (1924-2003), en el conjunto “Los excéntricos del ritmo”; y en 1949, con el popular trío “Los Trincas”, cuando surgió el apodo que remitía a un arácnido.
Dicen que hacia el ocaso de su vida, Capulina relató con pelos y señales el origen de aquel mote a la periodista Cristina Pacheco en uno de los programas televisivos para Canal Once de la cuentista de Mar de Historias, Conversaciones y Aquí nos tocó vivir.
Sucedió en una actuación del trío “Los Trincas” en el Teatro Follies, mientras Gaspar Henaine bailaba tap. Alguien le gritó desde galera: “¡Muévete, Capulina!”, cosa que le molestó pues era una alusión no arácnida, sino canina, debido a un chiste pícaro de connotaciones zoofílicas que él y su trío contaban en sus espectáculos para adultos.
Alguien relató (en foro.cuandocalientaelsol.net) que “le dio mucho coraje; tanto, que el cómico subió a reclamarle al atrevido sujeto pues el chiste se trataba de un policía que estaba viendo a un niño haciéndole cosas indecentes a una perrita llamada Capulina, y el policía le dice al niño: ‘Deje a esa perrita’, y el niño le contesta, inocentemente: ‘¿La perrita es suya?’; el guardia responde: ‘No’, el niño vuelve a preguntar: ‘¿La calle es suya?’, y el guardia: ‘No’. Entonces, el niño, ignorándolo, le dice a la perrita: ‘¡¡¡Entonces, ¡muévete Capulina!!!’”.
Según El rey del humorismo blanco, los discos de “Los Trincas” (jazz, blues, swing) llegaron a vender tanto como los acetatos de Pedro Infante.
No falta quienes apunten que Capulina fue pionero del rock mexicano debido a que él era la voz cantante de “Los Trincas” en rolas como “El boggie de Beethoven” y “Nena”:
Eres bonita y eres buena,
por eso eres la primera
que entregaré mi corazón…
Desde luego, la tremenda fama llegaría a Capulina tras abandonarlo sus colegas de “Los Trincas” en plena gira por Estados Unidos, y formar hacia 1953 la simpática pareja artística en radio y después, en el triunfal programa televisivo “Cómicos y Canciones” de los Chiclet’s Adams con el locutor Marco Antonio Campos Contreras Viruta (Tepito, 9 de julio 1919-Ciudad de México, 19 de febrero 1996), también cantante, músico y actor patiño de Capulina. Juntos filmaron 23 películas.
Haciendo un recorrido en el camión abierto “Ajolo-Tour” por las calles de Chignahuapan, el paseo incluye la casa natal de Capulina, en cuyos muros alguna vez se colocó una placa que al poco tiempo fue robada. Una calle lleva su nombre: “Gaspar Henaine”.
Además, cerca de la Basílica de la Inmaculada Concepción –en cuyo altar se yergue la escultura más elevada de América Latina con la imagen de madera de La Virgen, 12 metros de alto, labrada en madera por José Luis Silva– existe la Taquería Capulina (3ª de Romero Vargas sin número), abierta por sus familiares, adornada con carteles y retratos del artista, así como portadas del cómic Las Aventuras de Capulina, historieta bastante vendida en los años sesentas.
Dentro del Palacio Municipal, entre los muros que pintó Héctor Castilla sobre la alegoría de Chignahuapan, hay quien ha visto en el fresco una calaverita bigotona con una sonrisa que recuerda la de la caricatura de Capulina.
Una vez que uno visita la Laguna de Chignahuapan –primer productor de esferitas navideñas de México–, en pocos minutos por tierra se llega a las impactantes y bellas Cascadas de Quetzalapan. Rumbo a los balnearios y las aguas termales, se hallan las Cabañas Capulina rodeadas de áreas verdes y de un zoológico con diferentes especies entre ellas avestruces, panteras, jaguares, venados, pavorreales, borregos y aves.
Lo que uno extraña en Chignahuapan –declarado Pueblo Mágico por la Secretaría de Turismo en 2012– es justamente un museo en memoria de Capulina.
Nunca he entendido por qué México, si siempre presume de sus insuperables músicos y de sus fenomenales compositores y compositoras, jamás los ha apoyado dignamente al grado de no invertir sus políticos e instituciones culturales en la promoción de museos como el que con toda razón merece nuestro viejo ídolo Capulina, quien murió en 2011.
Fijémonos, ya no en Estados Unidos, donde lo poco de historia han convertido en museos, sino en otro país hermosamente rítmico y pluricultural como es Brasil: ahí existe el Aeropuerto Internacional Tom Jobim de Río de Janeiro dedicado al creador de “La Chica de Ipanema”, Antonio Carlos Jobim.
O en Inglaterra, donde a Los Beatles se les dio la Orden del Imperio Británico. Para muestra sólo un botón.
Aquí, en el “México Lindo y querido”, de Chucho Monge –olvidado al medio siglo de su fallecimiento, el año pasado–, o “Como México no hay dos”, de Pepe Guízar, genios del arte popular como Capulina no tienen lugar en museos y siguen siendo menospreciados.