Por: Denisse Miranda
La mañana del 22 de abril de 1992 transcurría aparentemente normal en esa oficina céntrica de la ciudad de Guadalajara. Pasadas las 10:00 horas, un estruendo sacudió las paredes, el piso, y obligó a la decena de personas que estaban en el lugar, entre empleados y clientes, a salir corriendo a la banqueta.
Como en una película de ficción, vieron cómo una serie de explosiones abrían su calle, la Lerdo de Tejada, e iban directo hacia ellos. Sin embargo, a escasos 50 metros de la oficina, las explosiones viraron a la derecha y siguieron por una calle cercana.
Gabriela Mexía Moreno y sus compañeros de MPS, compañía mayorista de equipos de cómputo, vivieron para contarla. Asustados y sin hallar qué hacer, salieron de su centro de trabajo por el tramo de calle que había quedado intacto. Abordaron sus vehículos estacionados cerca y huyeron en medio del caos. En el trayecto a lugar seguro, aterrados vieron a personas heridas y hasta a una camioneta de redilas del tipo ganadera que había terminado arriba de un enorme árbol.
“No sabíamos qué pasaba. Lo primero que pasó por mi mente fue que estaba lejos de casa, de mi familia, de mis padres especialmente”, recuerda la sinaloense, 24 años después de la tragedia que, según cifras oficiales, dejó 210 muertos, más de mil lesionados y 98 manzanas siniestradas debido a una acumulación de gasolina en el sistema de drenaje de la segunda ciudad más grande del país.
Gabriela tenía unos 3 años en Guadalajara. Se desempeñaba como gerente administrativa en MPS, luego de graduarse en 1988 de ingeniera bioquímica en el Instituto Tecnológico de Culiacán.
Tiempo después de las explosiones la enviaron a la casa matriz de la empresa, en la Ciudad de México, pero ni los estallidos de Guadalajara ni la cantidad de sismos que viviría durante tres años en la capital le harían volver a casa, en Villa Benito Juárez, municipio de Salvador Alvarado. Sí, la soledad.
Conforme pasaron los años y sus primas y primos formaron sus propias familias y se instalaron en sus propios hogares, Gabriela se fue quedando sola. Con ellos había compartido, recién graduados, casas de asistencia (donde alguna vez hasta les tocó vivir hacinados y bajo techos de lámina) y rentas de grandes viviendas tanto en Guadalajara como en el Distrito Federal. Pero hoy ya no había más compañeros.
Un día despertó y se vio sola, habitando una gran casa y pagando la costosa renta. Gabriela sentía que algo le faltaba. Y entonces tomó la gran decisión: renunciar al trabajo, volver a casa, descansar un tiempo y luego buscar otro empleo.
Como mujer de decisiones, así le hizo. Sin embargo, el descanso le duró poco porque al mes de haber vuelto a Sinaloa, el esposo de una hermana la convenció de instalar su propia tienda de equipos de cómputo en Guamúchil. Sabía del negocio y en esa época este giro ganaba auge.
Como mujer de retos, el primer día del año 1996, a sus 31 años de edad, abrió en una zona concurrida de la ciudad su microempresa: Compu-Best. El cambio en su vida fue rotundo. “Es otra vida aquí, con la familia”, reflexiona. Aun así, sentía que algo le seguía faltando.
La excesiva competencia le impidió seguir con su negocio y cerró en 2001, pero lo bueno llegaría después. Un buen día su amigo Julio César le dijo: “Gaby, me gustas para cuñada. Quiero presentarte a mi hermano. Se llama Gabriel…” “Sí, Gabriel y Gabriela, ¡cómo no!, le respondí, y le di un sopapo”, recuerda, con una carcajada.
No era una broma ni nada parecido a la historia romántica Gabriel y Gabriela, escrita por la historietista Gabriela Vargas Dulché y personificada en la pantalla chica por Ana Martin.
En marzo, Julio presentó a Gabriel y Gabriela por teléfono. Durante los siguientes dos meses, él, quien como trabajador indocumentado del campo llevaba siete años viviendo en Salinas, California, le llamó por teléfono cada domingo. De junio en adelante las llamadas fueron en jueves y domingo, pues ya era “visita” telefónica porque se hicieron novios.
“Gabriel era demasiado tímido, pero se le quitó conmigo”, evoca, riendo, Gabriela. Tanto, que el siguiente Día de Muertos, el galán, un rubio sencillo y amable originario de La Ciénega de Casal, volvió a México para quedarse porque la boda fue el 20 de diciembre.
De Gabriel y Gabriela nació así, Gabrielito en marzo de 2004. Y dos años después, Adrián.
Sin embargo, a Gabriela le seguía faltando algo.
Tras cerrar Compu-Best abrió un cibercafé, Ciber-Best, en su domicilio, en Villa Benito Juárez. En ese tiempo ingresó al Conafe como promotora de Educación Inicial, donde permaneció por cuatro años, de 2004 a 2008.
Antes, cuando estudiaba en el CBTIS 45 había dado clases en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos y al cursar la ingeniería, siguió en el INEA los fines de semana, y siempre, a pesar de su formación tecnológica y su ejercicio administrativo, deseó ser maestra.
Ya casada y con hijos, hizo la nivelación pedagógica en el Centro de Actualización del Magisterio en Guamúchil. Y durante cinco años, de 2009 a 2013, fue docente en línea en la Universidad Abierta y a Distancia de México (UNADM), un programa de gobierno para quienes tienen carrera trunca y donde impartió materias como Desarrollo sustentable, Fundamentos de investigación, Problemas socioeconómicos de México, entre otros.
Un mejor día resolvió hacer el examen de ingreso al magisterio y, con la mejor calificación en Conservación de Alimentos, quedó como docente en la Secundaria Técnica número 13 del Ejido Mochis, en Ahome. Un día 17 de abril, a los 47 años de edad, fue su debut como maestra en aula.
Con el tiempo fue acercándose a su lugar de residencia, y recientemente fue asignada a la Secundaria Técnica número 25, de Villa Benito Juárez.
En este lapso, tomó una de las decisiones más escandalizantes para la familia, tradicionalmente priista: incursionar en la política.
En 2014 compitió para síndica municipal de Villa Benito Juárez. No ganó, pero la experiencia le sirvió para ser invitada por el Partido Sinaloense a integrarse a sus filas.
Gabriela Mexía ha dado por la causa pasista muchas horas y su vieja camioneta ha recorrido muchos kilómetros de la zona rural del municipio, con el único afán de servir a los más desatendidos, de llevar algo a los más abandonados; a quienes conoció en su época de instructora de Conafe y de Educación Inicial.
Su labor ha rendido frutos a nivel profesional porque recientemente ingresó como docente a la Facultad de Ciencias Económicas, Administración y Tecnológicas de la UAS.
En este proceso electoral que culmina el próximo domingo, Gabriela es candidata a diputada local suplente del PAS por el noveno distrito, y admite que, aunque los electores no les favorezcan, le queda la satisfacción de servir pues ahora sí, siente que nada le falta.
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