Hace tres meses, en el Urabá antioqueño, se fraguó un negocio multimillonario entre Jobani de Jesús Ávila, mejor conocido como Chiquito Malo –el segundo del Clan del Golfo después de alias Otoniel, capturado en octubre– y la mafia italiana más poderosa de Europa, Ndrangheta.
En octubre, capos italianos aterrizaron en Medellín y viajaron hasta Turbo para el encuentro. Ambas partes idearon la forma de enviar 900 kilogramos de cocaína líquida hasta la ciudad de Génova, disfrazada en un fruto de exportación común en Colombia y exótico lejos del trópico: el coco.
Después del encuentro en Antioquia, empezó la producción de semejante operativo con el que buscaban pasar desapercibidos 504 costales blancos repletos del fruto, que a su vez iban rellenos de droga. Como Colombia tiene gran potencial en la producción de coco y está buscando crecer en el mercado internacional (hasta solicitó integrarse a la Comunidad Internacional del Coco para aumentar las ventas), los capos supusieron que la exportación de cocos no llamaría la atención de las autoridades.
En la zona de la reunión, en el corregimiento de Río Grande del municipio de Turbo, Antioquia, en donde hay grandes plantaciones de la fruta de moda en todo el mundo por la popularidad que han ganado sus múltiples productos derivados, como leche vegetal, aceite, cremas, shampoos y más, se instalaron diez personas de confianza de alias Chiquito Malo para llevar a cabo la primera parte de la operación criminal.
Mientras el Clan del Golfo vigilaba y cuidaba el trabajo delictivo, ocho artesanos y dos químicos se ocuparon de transformar de sólida a líquida la droga blanca e introducirla en los 19.780 cocos acordados con la Ndrangheta. El trabajo allí tomó un mes para que la cocaína luciera casi igual al agua de los cocos.
Pasado ese tiempo y terminada la primera etapa del plan, las personas contratadas por los narcos empacaron miles de frutas, que regadas podrían llenar una piscina olímpica, las subieron en un camión y comenzó el trayecto hacia la costa Caribe. ¿El plan? Sacar todos los costales en un buque de carga hacia Génova, Italia, desde la ciudad de Cartagena, adonde llegarían después de un trayecto de unas ocho horas por la Troncal del Caribe.
La mercancía ingresó al puerto de la ciudad más turística del país a través de un contenedor, legalmente, como si fuera cualquier envío de exportación entre los muchos otros realizados a diario por Colombia.
Sin embargo, tan pronto el cargamento pasó al patio de contenedores, la Policía Antinarcóticos lo eligió para inspección y con la ayuda de perros –o como los llaman: “biosensores caninos”– y mirando con cuidado algunos de los bultos, los agentes notaron algo extraño.
Con solo abrir uno de los casi 20 mil cocos, los cuales se estaban descomponiendo después de más de cuatro semanas, notaron un líquido de color amarillento y olor muy fuerte. Tomaron una pequeña muestra y la sometieron a la prueba de Identificación Preliminar Homologado (PIPH). En segundos, su color se tornó azul turquesa, demostrando que no era simple agua de coco, se trata de cocaína líquida.
La incautación de los cocos dejó a los capos sin aproximadamente 40 millones de dólares de un negocio redondo por medio del cual planeaban inundar las calles de Italia, y otros países europeos.
De esa manera, una de las grandes operaciones coordinadas con el supuesto reemplazo de Dairo Antonio Úsuga, Otoniel, fracasó.
Según la Fiscalía, las autoridades de inteligencia colombianas e italianas trabajan para dar con los culpables y otras minucias del negocio multimillonario. Aunque capturar a alias Chiquito Malo o a otro de los cabecillas más importantes del grupo narcotraficante no es tarea sencilla.
Justamente, el golpe también es para la mafia de Calabria, la Ndragheta, asociada desde hace años con grupos delincuenciales en Colombia para el negocio de la droga y que hoy pasa por un momento difícil.
A pesar de tratarse de la banda calificada por la Dirección de Investigación Antimafia de Italia como la líder del tráfico internacional de cocaína, por estos días 355 presuntos miembros y aliados del clan declaran ante la justicia de su país, después de una megoperación en su contra. Mientras tanto, otros de sus integrantes siguen delinquiendo alrededor del mundo. Y, en casos como este, sin mucho éxito.
Casualmente –o no–, el proceso gira entorno a la familia o clan Mancuso, parte de la Ndragheta, el mismo apellido de uno de los máximos paramilitares colombianos, hijo de migrantes italianos, con quien esa gigantesca banda italiana habría tenido alguna vez relaciones estrechas y desde entonces, hecho parte de las redes transnacionales del tráfico de droga colombiana.