México.- La cultura del zombi tiene su origen, al menos así la fechan los expertos, con la proyección hacia 1968 de La noche de los muertos vivientes, la mítica película de George Romero: a partir de ahí se vinieron más películas, libros y series de televisión, cuyo número se incrementó en los últimos años, aun cuando nunca ha pasado de moda en más de cuatro décadas de existencia.
“Al principio”, cuenta la escritora Raquel Castro, “era como el miedo a las consecuencias de una guerra nuclear; después cambió en las películas, en las series de televisión o en las obras literarias a ser el zombi causado por un virus; luego vino la ingeniería genética: conforme los miedos de la sociedad cambian, los zombis también van cambiando y eso les da siempre un nuevo aire. Los revive”, dice de manera un tanto paradójica.
En los últimos tiempos se desarrolló un nuevo interés en el tema, cuyo mejor ejemplo es la serie de televisión The Walking Dead, basada además en un cómic homónimo que ha roto varios récords de audiencia no solo en la Unión Americana, lo cual está vinculado con los temores de una sociedad de consumo, “con el interés en individualizarnos y no sentirnos como parte de esa masa amorfa y ese miedo a ser simplemente uno más del rebaño”, en palabras de Raquel Castro.
Desde la perspectiva del también escritor Bernardo Esquinca, el hecho de que cada generación los reinterprete nos habla no solo de su vigencia, sino del poder que tienen estos mitos, como lo ha sido la figura del vampiro y los más de 100 años que tiene hechizando las mentes de distintas generaciones: “El zombi vuelve a estar en su apogeo porque tiene mucho qué decirnos de quiénes somos.
“El zombi es una figura que nos muestra un espejo en el cual nos podemos reflejar. Nos hemos zombificado en estas sociedades tan caóticas, donde nos abstraemos del vecino, porque no podemos asimilar esta realidad tan fácilmente con tantos estímulos”.
Mirada mexicana
Como parte de la “evolución” de la figura del zombi, Raquel Castro y Rafael Villegas se propusieron invitar a un grupo de escritores mexicanos, radicados en distintas partes del país, a crear al muerto viviente a imagen y semejanza de quiénes somos y los problemas que enfrentamos todos los días, “con nuestra cultura, nuestras necesidades y nuestras carencias”, lo que dio como resultado la antología Festín de muertos (Océano, 2015).
“La literatura de imaginación hecha en México para empezar está muy sana, muy fuerte, hay una tradición que viene de mucho tiempo atrás y que a veces se nos olvida, pero había autores como Francisco Tario, el mismo Juan José Arreola o Amparo Dávila, y siento que esas raíces se pueden ver en los cuentos que están aquí, al mismo tiempo que se notan los intereses estéticos y temáticos de cada uno de los autores”, explica Raquel Castro.
Entre los autores reunidos en el volumen, integrado por 18 cuentos, se encuentran Bernardo Fernández, Bef, Bernardo Esquinca, Luis Jorge Boone, Cecilia Eudave, Alberto Chimal, Antonio Ramos Revilla, José Luis Zárate, Karen Chacek o Norma Lazo.
“Hay un horror muy variado, no hay una fórmula, cada autor encontró su propio mecanismo de presentarle al lector el tema, en constante comunicación con el presente, con los problemas que tenemos hoy día: se cree mucho que el horror es evasión, pero la antología demuestra que no es evasión, sino enfrentar o sublimar lo que estamos viviendo y verlo desde otros puntos de vista, sin dejar de criticar y de cuestionar lo que nos está pasando”, a decir de la compiladora.
Para Bernardo Esquinca, la idea de reconstruir a los zombis con una perspectiva latina, en especial mexicana, hacía falta, con lo cual los lectores que gustan de este tipo de historias y de monstruos, “van a encontrar unos zombis bastante refrescantes”, en especial porque los escriben autores mexicanos con su propio bagaje cultural.
Nuestros muertos vivientes
En Festín de muertos se logró conjuntar autores de distintos lugares de la República y se ve claramente que las preocupaciones son diferentes o las formas de aproximarse a la muerte, al miedo a lo desconocido, “a las cosas que nos hacen preguntarnos qué es realmente la naturaleza humana”, enfatiza Raquel Castro.
Pero lo más importante es romper con los arquetipos construidos desde la cultura estadunidense, donde los zombis come cerebros surgieron como ejemplos de la amenaza para destruir la sociedad perfecta estadunidense, “y acá tenemos todo menos una sociedad perfecta”, señala Bernardo Esquinca.
“Eso ya no es una preocupación para el escritor mexicano y existen otros abordajes, donde podemos ver desde un zombi como el de Antonio Ramos Revilla, un adicto que no puede recuperarse de su adicción a comer carne humana, hasta los zombis llevados al contexto de violencia de Ciudad Juárez y el narcotráfico como lo hace César Silva”.
Información: Milenio