Guamúchil, Sinaloa.- En medio de un aparatoso accidente automovilístico, un joven seriamente herido se aferra a la mano de uno de los bomberos que le han rescatado de los fierros retorcidos. “¡No me sueltes!, ¡no me sueltes!”, dice, con desesperación, el lesionado.
Manuel sostiene la mano mientras llega una ambulancia que traslade al joven a un hospital, pero ya no hay tiempo y el paciente muere.
Manuel Sauceda Navarro ingresó a los 15 años como voluntario al Heroico Cuerpo de Bomberos de Guamúchil, y en el transcurso de pocos años cuatro personas murieron en sus manos aun cuando hizo lo posible por salvarles la vida.
Con cierta frustración y pesar “siempre me preguntaba: ¿qué más puedo hacer por ellos”, recuerda el bombero que este 2018 completa 20 años de servicio. Con el paso del tiempo y una serie de sucesos en su vida, “el Señor me respondió: puedes salvar su alma”, por eso decidió ser sacerdote.
No niega la cruz de su parroquia.
Manuel es orgullosamente guamuchilense, hijo de don Eusebio Sauceda Quintero y doña Albertina Navarro Acosta, y hermano de María, de 39 años; Beatriz, de 37, y Sofía, de 34. Estudió en el kínder Gabriela Mistral, la primaria en la Miguel Hidalgo, de La Piedra; la secundaria en la Técnica 33, de la 15 de Julio, y la Preparatoria UAS.
Es un cura poco convencional: es un gran jinete y suele organizar cabalgatas en su comunidad como una forma de acercarse a los fieles para invitarles a tomar los sacramentos; tiene un caballo y dos yeguas, y no niega la cruz de su parroquia, pues creció en la colonia 5 de Febrero (Los Patos) pero sus raíces familiares están en la sierra sinaloense.
La pesca es otra de sus pasiones, y en torneos de futbol de sacerdotes y en ligas católicas juveniles, es el primero que se apunta.
En su estadía de seis años y medio en la Parroquia de San Antonio de Padua, de El Palmar de los Sepúlveda, municipio de Sinaloa, recorría trepado en cuatrimoto las 70 comunidades (algunas, a ocho horas de distancia y a donde iba una o dos veces por año), y desde julio pasado, llega en motocicleta a dar misa en Los Chinos, la 27 de Noviembre, 15 de Septiembre, Tres Palmas, 20 de Noviembre, La Escalera, Lucio Blanco, Las Golondrinas, Pénjamo, Cruz Blanca y Lagunitas, pertenecientes a la Cuasiparroquia de la Santísima Trinidad, de Villa Benito Juárez.
En una maleta a la espalda lleva los ornamentos litúrgicos, que incluyen su vestimenta especial de misa. Y cuando sus ocupaciones del ministerio le permiten hacer guardia en el Cuartel, se coloca el traje de bombero encima del uniforme clerical que suele vestir.
Tanto amor le tiene a la camiseta, que formó una estación de bomberos en la sierra, con jóvenes del Palmar y Bacubirito que también tienen apostolados en la iglesia. “Son unos 15 entre muchachos y muchachas, casados y solteros, que están capacitados para rescates y para combate de incendios. Se les consiguió equipo y tenemos en la frontera una máquina de bomberos”.
El sacerdote diocesano también gestiona ambulancias para aquella región. “La gente en la sierra se muere en los caminos. De un infarto, un accidente, una fractura, una lesión craneoencefálica, la persona muere porque tiene que transcurrir una hora o una hora y media desde que pasa el accidente hasta que llega a Guamúchil o con un médico. Y urge una ambulancia que estabilice a la persona”.
Estas ambulancias estarán destinadas a San José de las Delicias y Calabazas, Bacubirito y El Palmar de los Sepúlveda.
A Pablo, del caballo; a Manuel, de la moto.
Hace 20 años, la formación cristiana de Manuel era casi nula.
De niño, para hacer la primera comunión debió tomar clases de catecismo más tiempo de lo regular, por desastroso. “Me castigó la catequista; por ser tan batalloso y tan renuente y ser la oveja negra del grupo, tuve que hacer dos años”, recuerda. Y pudieron ser tres, si sus padres no le hubieran exigido que se disciplinara.
Tiempo después su hermana Sofía le invitaba al grupo de jóvenes de la parroquia y él se rehusaba porque, cuando no estaba en la prepa, andaba en Bomberos haciendo guardia o capacitándose en natación, buceo, rescate, primeros auxilios, o estaba en cursos de inglés y computación. “Andaba entretenido en otras cosas. Me gustaba ayudar a la gente. Me llamaba la atención la adrenalina, pero haciendo el bien”.
Una vez aceptó ir a la iglesia; le sorprendió ver chicas muy bonitas y empezó a acudir con frecuencia. “Iba a ver a las muchachas nada más, nunca algo serio con las cosas de Dios”.
Según la leyenda popular, una caída de caballo en camino de Damasco propició la conversión de san Pablo, aunque la Biblia sólo narra que cayó en tierra y quedó ciego por tres días.
Manuel Sauceda cayó al pavimento del acceso sur de Guamúchil y quedó convaleciente por un año. Un accidente de moto en julio de 2001 mientras trabajaba repartiendo hamburguesas, le fracturó el fémur y tuvo que posponer su plan de iniciar ese verano la carrera de ingeniero civil en la UAS en Culiacán.
Para no perder el ciclo escolar, se matriculó en la antigua Escuela de Administración Agropecuaria, en Guamúchil. Las secuelas del accidente le dificultaban su voluntariado en Bomberos, por lo que empezó a dedicar más tiempo a la iglesia.
En noviembre de ese 2001, su prima Ventura le convenció de participar en un retiro de Jornadas de Vida Cristiana.
“Este retiro vino a embonar esa parte humana de adrenalina con la parte cristiana que yo no quería aceptar todavía… No la rechazaba, no rechazaba a Dios, porque nunca me consideré renuente a las cosas de Dios, pero tampoco nunca consideré que necesitaba hablar de Dios, estar con Dios, pertenecer a un grupo de Dios, como el grupo de jóvenes. En Jornadas me involucré tanto, que llegué a estar en el equipo auxiliar, en donde me hice servidor”, narra.
A partir de entonces, el joven de 18 años, que pocas veces había salido de Guamúchil, frecuentó Culiacán, Navolato, Guasave y Los Mochis para prepararse como servidor. Un día de verano de 2002 le invitaron a un retiro en el Seminario Diocesano de Culiacán.
“Allí me enteré que el Seminario era una escuela para formar sacerdotes. Yo no sabía que los sacerdotes se formaban. Pensaba que si un sacerdote hace todos los cursos de Renovación, de Jornadas, de Arcoíris, de todo, lo vive, lo estudia, y que nada más le enseñan a celebrar la misa, ya se puede ordenar… Cuando llegué al Seminario me di cuenta que era otra cosa. Para servir a Dios se renunciaba a todo: a un matrimonio, a la carrera, a la familia. Se abrazaba una responsabilidad íntegra de una persona que tenía que formarse durante siete años, estudiando prácticamente dos carreras”.
En ese retiro vocacional, Manuel encontró las respuestas que como bombero se hacía al enfrentar el drama humano de la muerte.
“A parte de que me preocupaba por salvarles la vida, yo decía cómo les puedo ayudar espiritualmente, pues algunas fallecían en el momento, otras pedían perdón a su familia… y heridos a punto de morir lo que dicen es: ‘ay, mi mamá me lo decía’, ‘ay, mi mujer no me lo va a perdonar’, ‘ay, Dios mío, por favor ayúdame’, y cosas así. Y yo pensaba: ‘qué puedo hacer con esto; puedo intentar salvar la vida, pero nada más’, y en el Seminario me dijeron que podía salvar su alma”.
Pescadores de hombres.
A los apóstoles Simón, Andrés, Santiago y Juan, pescadores, Jesús los llamó a la orilla del mar y les dijo que en adelante serían pescadores de hombres. A Manuel, le lanzó las redes en el Seminario. Este verano hizo 16 años de ese retiro y han pasado muchas cosas.
Entró al Seminario el 7 de agosto de 2002. Era el único de su ciudad que ingresó en esa generación, por eso le dicen “El Guamúchil”. Para irse, dejó todo: a sus padres, su proyecto de ser ingeniero, la posibilidad de casarse un día.
Su familia se opuso a que el único nieto varón de los Sauceda se hiciera cura. Su madre lloraba. “Querían que me casara y tuviera hijos”. Sin embargo, poco a poco fueron asimilándolo al ver cambios favorables en él, al verle tocando la guitarra y vestir y hablar distinto.
Manuel dejó todo, menos a Bomberos.
Como seminarista, siguió haciendo guardia en el Cuartel durante los tres periodos vacacionales que tenía al año. Fue ordenado sacerdote el 1 de diciembre de 2009, y desde entonces hace guardia siempre que su ministerio le deja tiempo libre.
En estos casi 9 años nadie más ha muerto en sus manos como bombero. Como sacerdote, sí, ya que al administrar los santos óleos a enfermos en agonía, éstos reciben la paz de Dios y se deciden a entregar su vida.
Este cura, de 35 años, que viaja en moto y a caballo; que paseaba la estatua de san Andrés en la presa Bacurato, con la banda; que en El Palmar criaba puercos para arreglar los templos; que pedía pescado en la presa y tomate en el campo para los más pobres; que pronto llevará una máquina de bomberos y tres ambulancias a la sierra sinaloíta; que en poco tiempo gestionó 100 despensas bimensuales de Cáritas para las comunidades de la cuasiparroquia de Tamazula Segundo y que en breve llevará brigadas médicas; que en la fiesta de Santa Rosa reunió a un centenar de jinetes y que piensa superar la hazaña en noviembre en la fiesta del Ejido Tamazula. Este cura que a los 18 años sólo conocía Culiacán, expandió sus horizontes. Como san Pablo, Manuel viajó a Roma. Además ha conocido varias ciudades mexicanas y presenció las Jornadas Mundiales de la Juventud en Polonia y Brasil.
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