CULTURA.- Rosario Castellanos (Ciudad de México, 25 de mayo, 1925–Tel Aviv, Israel, 7 de agosto, 1974), considerada la poeta mexicana más importante del siglo XX, abordó temas impropios de su tiempo: la condición de la mujer y la situación indígena en nuestro país.
A 90 años de su natalicio, su trabajo se mantiene vigente entre los críticos y lectores. Incursionó en la poesía, cuento y novela, hasta teatro, ensayo y textos periodísticos. Entusiasta con el misticismo y misteriosa con la muerte, dejó como legado una invitación a mirar diferente, a criticar lo establecido, y a liberarse de los estereotipos que limitan y definen.
“¿Por qué y para qué escribo? Es obvio. Escribo porque yo, un día, adolescente, me incliné ante un espejo y no había nadie. ¿Se da cuenta? El vacío”, señalaba la autora que pasó su infancia y adolescencia en Comitán, Chiapas.
Su primer libro fue la novela: Balún Canán que junto con Ciudad real, su primer libro de cuentos y Oficio de tinieblas, su segunda novela, forman una trilogía indigenista de altos vuelos.
Dentro su de poesía destaca Trayectoria del polvo y Lívida luz, donde revela las preocupaciones derivadas de la condición femenina. Además de la sumisión a que se vio obligada desde la infancia por el hecho de ser mujer, hay en sus poemas un aliento de amor mal correspondido, como el que domina el epistolario Cartas a Ricardo, aparecido de manera póstuma en 1994 y conformado por 77 cartas dirigidas a su más grande amor, Ricardo Guerra. Su poesía completa se encuentra bajo el título de Poesía no eres tú.
Sus ensayos fueron publicados en la antología Mujer que sabe latín, título inspirado en el refrán sexista: “mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni tiene buen fin”.
La autora también se dedicó a la traducción y trajo al español textos de Emily Dickinson, Paul Claudel y Saint John Perse. Su obra ha sido traducida a otros idiomas y tan sólo su novela Balún-Canán se encuentra en inglés, francés, alemán, hebreo e italiano.
Rosario Castellanos cursó estudios de letras en la Universidad Nacional Autónoma de México y en Madrid complementó su formación con cursos de estética y estilística. Trabajó en el Instituto Indigenista Nacional y como profesora en distintas universidades: UNAM, Iberoamericana, así como en las de Wisconsin, Colorado e Indiana, y fue secretaria del Pen Club de México.
Su impronta fue reconocida con distintos galardones como el Premio Xavier Villaurrutia por Ciudad real, además de haber obtenido el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1962), el Premio Carlos Trouyet de Letras (1967) y el Premio Elías Sourasky de Letras (1972).
Murió en 1974, a los 49 años de edad por un accidente doméstico cuando se desempeñaba como embajadora en Israel. Sus restos se encuentran en la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México.
Fuente: AristeguiNoticias